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Cuánto cuesta NO invertir en bienestar mental en colegios

12/06/2025 por Javi Vidal

En plena época de cierre de curso y planificación del siguiente, nos preguntamos cuánto cuesta no invertir en bienestar mental en colegios. ¿Realmente no sucede nada? ¿O es algo que debemos considerar ahora que estamos organizando el nuevo curso escolar? Este es el ejercicio que vamos a tratar de compartir hoy aquí. ¿Qué sucede cuando un centro educativo deja de priorizar el bienestar mental de sus estudiantes y docentes?

Este es un artículo de alta complejidad porque hay múltiples variables a tener en cuenta, pero podremos visualizar por qué atender la salud y el bienestar mental no es un gasto adicional, sino una inversión estratégica esencial para cualquier institución educativa. Especialmente si se observa y relaciona con la orientación, la confianza y el aprendizaje a lo largo de la vida.  

Cuánto cuesta NO invertir en bienestar mental en colegios
  • El precio silencioso de no actuar 
  • El impacto educativo y social de no invertir en bienestar mental en el aula 
    • Por poner una pequeña cifra en este apartado:  
  • Cuánto cuesta no invertir en bienestar mental: bajas laborales del profesorado por ansiedad, estrés o burnout 
  • Interrupciones del proceso de enseñanza-aprendizaje 
    • Cuánto cuesta no invertir en bienestar mental en términos de las interrupciones
  • Absentismo escolar y pérdida de financiación ligada a la asistencia 
  • Pérdida de notoriedad y descenso de matrículas: cuánto cuesta no invertir en bienestar mental
  • Invertir para ganar: beneficios y retorno de la prevención 
  • Conclusión: inversión inteligente frente a costes evitables 

El precio silencioso de no actuar 

Hace tiempo llegó a mí una de esas frases que parecen sencillas pero que contienen una verdad que incomoda por la evidencia que a veces no querríamos mirar. La frase en cuestión dicta algo parecido a: “No actuar es una acción en sí misma”. Ante cualquier suceso de la vida actuamos, porque la acción es inherente a la vida, solo que unas veces lo hacemos de manera activa y otras de forma pasiva.  

Imagina una escuela con sus cimientos sólidos e invisibles al día a día que se vive en ella. Desde fuera, todo parece en orden: clases llenas, profesores enseñando, exámenes en marcha. Y así durante muchos años (inacción). Pero en el subsuelo, donde no se mira tan a menudo, hay grietas que crecen lentamente: presión escolar, ansiedad que paraliza, conflictos que se enquistan, adolescentes desconectados, desorientados y profesores al límite.  

Nadie repara en ello… hasta que un día, sin previo aviso, el suelo cede (consecuencias de la inacción). El problema se vuelve evidente por alguna vía: demasiadas bajas de profesores, un % de materia no impartida elevado porque han aumentado los conflictos en el aula, reducción de matrículas en el nuevo curso, convivencia complicada, estudiantes con signos de desesperanza, y desmotivados.

Esas grietas a las que nadie prestaba atención son los efectos acumulados de no invertir en salud y bienestar mental. Hoy, más que nunca, esta pregunta nos interpela: ¿Cuánto cuesta NO invertir en bienestar mental en colegios? 

El impacto educativo y social de no invertir en bienestar mental en el aula 

Los colegios son el reflejo del bienestar mental y salud emocional de sus alumnos. Cuando un estudiante sufre ansiedad ante el futuro, depresión y desorientación por no comprender su propósito y sentido de vida, u otros malestares y conflictos internos psicológico, su rendimiento académico se resiente. Le cuesta concentrarse, baja sus notas y puede tener conflictos de conducta.  

De hecho, en España la ansiedad en adolescentes es una realidad: uno de cada cinco jóvenes la padece a niveles graves, y más de la mitad reconoce problemas de estado de ánimo, con un tercio de ellos en niveles preocupantes de depresión. Son cifras oficiales (OMS, UNNICEF) alarmantes que sugieren aulas llenas de estudiantes que no pueden dar lo mejor de sí porque cargan con un peso invisible. Un peso al que, muchas veces, tienen que enfrentarse solos pues ni comprenden lo que les sucede, no disponen de herramientas ni recursos que les ayuden a superar los conflictos y, aún menos, son capaces de encontrarle sentido a lo que les sucede. 

Prolongado en el tiempo la situación se les hace insostenible y, por eso, empiezan a manifestarlo hacia fuera lo que deriva en: 

  • Actitudes agresivas hacia compañeros y profesores 
  • Interrupciones en clase para llamar la atención
  • Adicciones múltiples para llenar un vacío insaciable 
  • Ideación suicida, autolesiones y trastornos mentales 

Así que, cuando tratamos de responder a la pregunta cuánto cuesta no invertir en bienestar mental en colegios, vemos que hablar de salud mental no es solo una cuestión de bienestar individual. Es una urgencia estructural, una decisión educativa, económica y, si nos apuramos, hasta ética. Porque el malestar mental y emocional no comprendido no desaparece: deriva en ausencias, en bajo rendimiento, en conflictos, en renuncias silenciosas. Y al final, lo que no se invirtió a tiempo, se paga multiplicado. 

Por poner una pequeña cifra en este apartado:  

  • Un informe reciente cifró en 4.596 millones de euros el sobrecoste del fracaso escolar en España solo en el curso 2022-2023, sumando gastos de repetición de curso, estudiantes que terminan la ESO sin título y abandonos en etapas posteriores. Enlace al estudio de dide.org. 

Podemos decir: bueno, no es un coste directo para mi centro educativo. Es cierto. Aunque te impacta, porque un fracaso escolar generalizado traslada más tensión en los centros. Pero es que, además: ¿te imaginas que se pudiera reducir esta partida? ¿Podríamos destinarlo a más recursos para las escuelas? 

Cuánto cuesta no invertir en bienestar mental: bajas laborales del profesorado por ansiedad, estrés o burnout 

Ahora vayamos a asuntos que nos toquen más de cerca. Podemos ver que cuando una serie de alumnos sienten desorientación, desmotivación y malestar mental de manera prolongada, empiezan las interrupciones y, casi sin darnos cuenta, se va generando un ambiente escolar nefasto. Y esto, claro, afecta a la salud y bienestar mental de los profesores que notan más estrés del habitual, un estrés que se cronifica. 

De hecho, en un estudio realizado por el sindicato USTEC-STEs (IAC) en Oct-2024 con más de 13.000 participantes, el 70% de ellos señalan los problemas de convivencia en el aula como un factor clave en su salud y bienestar mental. Aquí es cuando los docentes sufren ansiedad, depresión o burnout derivado de gestionar problemas emocionales del alumnado, acaban solicitando bajas médicas. 

Estas ausencias obligan a contratar sustitutos o sobrecargar a otros docentes, generando un gasto adicional para la administración educativa. Además, un profesor con estrés y la salud y bienestar mental deteriorado ve reducido su rendimiento profesional, afectando a la calidad educativa. Llegados a esta situación debemos diferenciar entre si el centro es público, concertado o privado. Tomando un salario medio del profesor de 1000€/netos, en este caso: 

  • En centros privados, el coste directo puede duplicarse en caso de baja + sustituto (≈3.500 € por profesor/mes). 
  • En centros públicos o concertados, el coste lo asume la administración, pero hay pérdida de calidad educativa (y es dinero que deja de inyectarse para asuntos más constructivos). 

En ambos casos, el centro sufre costes organizativos, pedagógicos y reputacionales, especialmente si las bajas se repiten o afectan a varios docentes. ¿Cuántas bajas tuviste el año pasado en tu centro? ¿Te has planteado alguna vez qué costó o qué dejaste de ingresar por ello? ¿Cuántos profesores tienes que no quieren asumir mayores responsabilidades en tu centro y prefieren, a pesar de sus talentos, quedarse como están?  

Interrupciones del proceso de enseñanza-aprendizaje 

Como hemos mencionado ya, la falta de apoyo y desarrollo de aprendizajes sobre el bienestar mental y emocional conlleva crisis en el aula, conflictos y conductas disruptivas que afectan continuamente el ritmo de las clases. Cada interrupción implica tiempo lectivo perdido, que difícilmente se recupera.  

Estudios de convivencia señalan que aproximadamente 1 de cada 5 docentes (20%) tiene dificultades para impartir clase debido a faltas de respeto, conductas desafiantes o distracciones constantes del alumnado. Estas interrupciones frecuentes frenan el ritmo de aprendizaje y obligan a dedicar esfuerzos extra para retomar la normalidad.  

En la práctica, el tiempo perdido por conflictos o crisis supone horas de trabajo docente malgastadas que ya están pagadas en salario, pero no producen avance educativo ni maduración en los alumnos. Por ejemplo, y lastimosamente solo hemos encontrado el estudio en Baleares, el exceso de tareas ajenas a la enseñanza (burocracia, gestión de incidencias disciplinarias, etc.) equivale a más de 600 horas anuales desperdiciadas por cada docente.  

Cuánto cuesta no invertir en bienestar mental en términos de las interrupciones

Hagamos un ejercicio más casero y sencillo.

Imaginemos que un profesor dedica 10 minutos por clase a resolver conflictos u otros menesteres ajenos a la enseñanza. Si tenemos en cuenta que, según la normativa actual, un profesor de secundaria en Cataluña debe impartir un mínimo de 18 horas lectivas semanales, 3 de ellas no se dedicarían a dar clase. Esto equivale a unas 12h al mes. En un salario de 1000€/netos y trabajando 37,5h/semana son aproximadamente 80€ por profesor (entre 720€ y 800€ anuales en función de si trabaja 9 o 10 meses). Solo falta multiplicar por el número de profesores de tu centro. Y esta cifra equivaldría al total de dinero “perdido”. 

En contraste, invertir por adelantado en programas de orientación y bienestar mental o personal de apoyo reduce estas interrupciones y optimiza el tiempo de clase, evitando el “gasto oculto” de horas lectivas desaprovechadas. 

Absentismo escolar y pérdida de financiación ligada a la asistencia 

La ausencia reiterada de alumnos, muchas veces vinculada a problemas mental-emocional no atendidos (ansiedad, depresión, fobia escolar, etc.), genera costes directos e indirectos. En algunas comunidades o modelos educativos, la financiación pública se asigna por número de alumnos matriculados o asistentes. Si el absentismo crece, el centro puede ver disminuidos los recursos que recibe por alumno presente.  

Más allá del modelo de financiación, cada estudiante ausente es una oportunidad educativa perdida que a menudo obliga al centro a movilizar recursos para su seguimiento o recuperación. Por ejemplo, la Comunidad de Madrid tuvo que destinar 900.000 € en un solo año para programas de prevención y control del absentismo escolar, incluyendo la contratación de técnicos especializados en trabajo con alumnos absentistas.  

Para un centro educativo, altos índices de absentismo pueden significar también clases infradotadas (con menos alumnos de los previstos) pero con el mismo coste fijo de personal y mantenimiento. Si los problemas de salud y bienestar mental desembocan en abandono escolar prematuro, el colegio pierde la asignación por ese alumno y, a nivel de sistema, se encarecen los programas de segunda oportunidad o reinserción educativa. O incluso, puede recibir más alumnos a lo largo del curso, siguiendo la normativa de “aula abierta” a la que se someten los centros, con la consecuente y creciente disrupción del ritmo escolar. 

En definitiva, invertir en orientación a la vida y bienestar mental para evitar el conflicto mental-emocional del alumnado merece ser considerado. De este modo el centro evita costes indirectos ya sean en forma de menos ingresos asociados a la asistencia, o en gastos extraordinarios para reconducir a quienes se ausentan. 

Pérdida de notoriedad y descenso de matrículas: cuánto cuesta no invertir en bienestar mental

Un coste menos tangible, pero de gran impacto económico es el deterioro de la imagen del centro cuando éste es percibido como un entorno emocionalmente inseguro o inestable. En el sector educativo español, las familias tienen cierto grado de elección de centro; por tanto, la mala reputación espanta futuras matrículas.  

A menudo normalizamos situaciones de estrés y problemas de convivencia que impiden el desarrollo de una atmósfera de aprendizaje estimulante. Esto se traduce directamente en menos alumnos matriculados en años siguientes, con la consiguiente pérdida de ingresos (en centros concertados o privados, baja de cuotas; en públicos, menos dotaciones de personal al bajar la matrícula).  

O nos encontramos con el extremo contrario, sobre protegiendo a los adolescentes; negando problemas que suceden pero que, al dañar la reputación escolar se minimizan. Por contraste, los centros que invierten en bienestar mental y orientación a la vida pueden apoyarse en ellos para marcar la diferencia, atrayendo así a más familias generando vínculos de confianza.

Para un director con mentalidad estratégica, proteger la salud y bienestar mental escolar es proteger la marca del colegio

Para un director con mentalidad estratégica, proteger la salud y bienestar mental escolar es proteger la marca del colegio: asegura el recambio de alumnos y mantiene estable la confianza de la comunidad, factor clave para la sostenibilidad financiera. 

Invertir para ganar: beneficios y retorno de la prevención 

La buena noticia es que la inversión en salud y bienestar mental no solo evita costes, sino que genera un excelente retorno. Aunque no hay estudios directos para el caso de centros escolares, podemos tomar la conclusión de la estimación realizada por la Organización Mundial de la Salud que dictamina que por cada euro invertido en salud mental el retorno es de unos 4 euros.

Es difícil encontrar otro campo con un impacto social tan alto.  

Adoptar un enfoque salutogénico implica crear entornos escolares donde el bienestar mental florezca naturalmente. Cuando un centro educativo prioriza el desarrollo de auténtica salud mental, envía un mensaje poderoso: “Nos importas como persona, no solo como estudiante”. Ese sentido de seguridad y apoyo puede ser la diferencia entre un joven que supera una crisis o uno que se hunde en ella. 

Cuando un centro educativo prioriza el desarrollo de auténtica salud mental, envía un mensaje poderoso: “Nos importas como persona, no solo como estudiante”

Conclusión: inversión inteligente frente a costes evitables 

En un contexto de recursos limitados, los directores de colegios deben considerar la salud y el bienestar mental como una inversión estratégica.

Los costes descritos demuestran que no actuar también sale caro. Fortalecer el desarrollo y maduración del alumnado y profesorado acompañándolos a orientarse a la vida y a tomar conciencia sobre sus propios recursos y aptitudes, tiene un retorno claro: además de la satisfacción de verles crecer en armonía y equilibrio, encontrarán menos bajas y gastos de sustitución, clases más fluidas aprovechando mejor el tiempo de aprendizaje, mayor asistencia y rendimiento (evitando invertir luego en “parches” contra un absentismo camuflado), menos necesidad de contrataciones de emergencia, y una imagen de centro positivo que atrae y retiene a las familias.  

En resumen, destinar presupuesto a la orientación y bienestar mental-emocional escolar supone un ahorro a medio plazo. Un colegio promotor de salud y bienestar mental podrá concentrar sus recursos en educar, en lugar de en contener problemas, y eso redunda tanto en el bienestar de su comunidad educativa como en la eficiencia económica y académica de su gestión. 

Fuentes: Los datos y ejemplos citados provienen de informes sindicales, estudios y noticias recientes en España, incluyendo ANPE (Defensor del Profesor), la Consejería de Educación de Madrid, encuestas de Funcas, y prensa especializada en educación y salud laboral. Estas referencias respaldan la realidad de que la falta de inversión preventiva en salud mental conlleva importantes costes directos para los centros escolares, costos que una planificación proactiva puede reducir drásticamente. 

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