A medida que nos vamos haciendo mayores la vida nos presenta diferentes situaciones que hacen florecer nervios por todo el cuerpo. Empieza en el colegio con los exámenes. Con aquella persona que te gusta. Con aquel partido que parece tan importante. Con aquellas pruebas que nos determinarán qué carrera estamos “destinados” a realizar y que tanto (se supone) nos marcará la vida.
Pero siguen una vez nos vamos haciendo mayores. Con entrevistas de trabajo. Con ideas emocionantes que no nos dejan dormir por las noches. Con el primer viaje en solitario. Con aquella persona que querríamos nos acompañase el resto de nuestras vidas. El día de nuestra boda. Con el primer hijo. Con sus preocupaciones que hacemos nuestras.
¿Es normal sentirte nervioso en todas estas vivencias? Rotundamente sí, y a la vez un precioso y esperanzador no.
¿Cómo?
Básicamente depende del origen de este nerviosismo. Y ahí radica la diferencia entre vivir desde la mirada que nos expandirá como seres humanos o la que nos llevará a un círculo dañino y que con el tiempo puede destruirnos.
Empezaré por este último. Existe un nerviosismo que está ligado con el “yo pensado”. Aquel personaje que con el paso de los años nos hemos ido construyendo en base a las dosis de amor que recibimos como refuerzo. Por ejemplo, cuando recibimos amor y alegría al demostrar que éramos mejor que otros. En este escenario, estar nervioso tiene su origen en alargar esta película. En querer demostrar al mundo (familia, pareja, amigos, jefes, colegas de trabajo, etc.) que somos alguien. En seguir alimentando este ego. Y se puede desmontar cuando empezamos a investigar quién hay detrás de todo esto y ver que, al final, no hay nada que tengamos que demostrar a nadie. Ni siquiera a nosotros mismos. Porque, te diré un secreto: siempre lo hacemos lo mejor q sabemos en cada instante de vida.
Por otro lado existe el nerviosismo de estar realmente conectado con quienes somos realmente. Con aquel propósito de lo que hemos venido a hacer. Viviendo la vida desde esta perspectiva, los nervios se disfrutan. Porque son los que nos hacen sentir que estamos conectados a la vida y a nuestra esencia.
Para distinguir desde dónde estamos viviendo es imprescindible que uno se investigue a sí mismo. Y para ello hay que lanzarse preguntas sin miedo y sin juzgar sus respuestas. ¿Quién está yendo a trabajar? ¿Me siento yo mismo o estoy con mil gorros y barreras para protegerme? ¿De qué tengo miedo si me muestro tal cuál soy? ¿Disfruto de cada paso que hago o solo de los resultados? ¿Disfruto de mis meteduras de pata porque me dan la oportunidad de conocerme mejor o me fustigo por ellas? ¿Por qué?