¿Qué entendemos por Competencias?
Definimos competencias como esas habilidades o destrezas que, al entrenar y practicar, nos hacen ser especialmente capaces y “competentes”– valga la redundancia- en esa habilidad.
Ya vimos que la OMS en su origen, enfoca el aprendizaje de las Habilidades para la Vida a los jóvenes con la intención de que se manejen bien en la vida. Ellos y los centros donde se educan, suelen ser los destinatarios principales de este tipo de entrenamiento. Sin embargo, desde hace pocos años, se observa que también las organizaciones se interesan por este tipo de formación. Se las llama “soft-skills”, o competencias de liderazgo, y/o muchas y diversas nomenclaturas.
¿Y por qué ahora es tan importante y urgente que las incorporemos en nuestro día a día? Porque afrontamos una realidad de crisis e incertidumbre de alto impacto, que nos desorienta y causa dolor y malestar. Y estas competencias nos dan las claves internas para una vida auténticamente lograda que transforma nuestra visión, nuestra salud mental y bienestar.
¿Cuál es la dificultad que nos plantea? Que su aprendizaje no va de adquirir más técnicas. Ni son tampoco lecciones para la mente y la memoria. Hay que vivirlas en uno mismo, así se practican y se integran. Así alcanzan a transformarlo todo. Si no quieres dejar que tu vida pase de largo, acompáñame en esta lectura, que vamos allí, al lugar donde puedes disfrutar aprendiéndolas…
Y empecemos primero por comprender el origen de lo que nos pasa, miremos cómo y porque ha despertado la necesidad de aprender competencias que nos ayuden a saltar del malestar y la desmotivación a la salud y bienestar.
¿De dónde venimos y qué aprendimos?
En la sociedad donde muchos de nosotros hemos crecido, nos hemos educado y trabajado a lo largo del siglo pasado, ser “competente” tenía mucho que ver con ser “competitivo” y tener “éxito social”.
Hemos crecido comparándonos, diferenciándonos y tratando de sobresalir respecto a los demás. Así, “éxito” se asociaba a llegar y ser el primero, el campeón, el que más … (pon lo que quieras). Y en relación con el ámbito laboral, también lo anterior es aplicable. Porque éxito era, no sólo que un negocio creciera, sino cuánto lo hacía en relación con otros negocios similares y cuál era su posición de ventaja relativa al resto de empresas.
Lamentablemente, en la educación que aún se prioriza en escuelas de enseñanza formal y en las de negocio, sigue destacada esta tendencia y se mantienen este tipo de análisis, diagnósticos y soluciones. Aunque se incorporen herramientas y tecnología, la orientación apenas cambia.
¿Y por qué esto es así? Porque creemos en lo que se puede medir y tocar. Nuestra desconfianza y necesidad de control precisa de datos palpables que, aunque limitados, nos aseguren qué causa responde a qué efecto (y viceversa). Así es como, para tomar decisiones priorizamos el “dato objetivo”. Y a algo que es una convención, algo ideado entre nosotros, le damos categoría de certeza, aunque vaya con todas nuestras limitaciones y equivocaciones.
Y pasamos por alto nuestra intuición y nuestra búsqueda de sentido, porque hemos aprendido a desconfiar de la señal que nos envía directamente nuestra propia interioridad. ¿Por qué esto es aún así? Muy fácil: dime cuántas veces has oído en una reunión de trabajo que sólo podías apoyarte en “facts, facts, facts… y figures”. Nos dan sensación de seguridad.
Ya sea por las prisas o por la fuerza de arrastre de la inercia, hemos descartado debatir desde lo subjetivo, aunque sintiéramos su enorme fuerza y contundencia. Y no estoy despreciando los “facts & figures”, solo destaco su desproporcionada preponderancia en nuestro día a día especialmente en los ámbitos educativos, laborales y profesionales.
Desde finales de los 80 y 90 se han ido introduciendo nuevos filtros en las gafas que nos poníamos. Y entró en la ecuación el asunto de aportar “valor” aunque primero fue al accionista, luego llegó el cliente -y el marketing- y finalmente, tímidamente al empleado, al estudiante…
Llegaron también los “valores” y “la misión y visión” que nos guía y aprendimos a trabajar y liderar en equipo. Y ya estaba iniciado este s. XXI cuando se empezó a hablar y evaluar por competencias. Fue algo muy innovador entonces, aunque mayormente muchos seguíamos ciegos. Porque no veíamos que evaluábamos y dábamos feedback con las gafas de siempre puestas: las de “quien creemos que somos”, las gafas de nuestros “personajes”.
Aunque tratábamos de poner objetividad con las definiciones y rúbricas a la dificultad que implica medir la subjetividad. Aun así, cada uno con sus gafas y sus filtros, el desajuste en la mirada y en la visión estaba garantizado.
¿Podría salir algo bueno, positivo y perdurable de ello? Era difícil, pero SÍ, algunas veces se daba. Y sucedía cuando nos dejábamos guiar por la intuición llevada a inspiración.
¿A dónde vamos como humanos?
Ha sido muy recientemente que, al observar la profunda insatisfacción, falta de motivación y las alarmantes cifras de estrés, absentismo, suicidios y depresiones que se dan entre nosotros y en muchos contextos, hemos empezado a interesarnos por otro tipo de habilidades y conceptos: propósito, causa, bienestar, salud, salud mental…
Fíjate bien: la mayoría de ellos son conceptos abstractos, amplios, personales, subjetivos. Y algunos más invisibles o intangibles que otros. Pero a todos ellos les atribuimos el poder de hacernos sino felices, sí al menos capaces de permitirnos cierta sensación de satisfacción y desde luego más perdurable de lo que llega a ser un aumento salarial, una promoción o cualquier otra ‘zanahoria’ a la que tan adictos fuimos.
Y ahora viene lo bueno… Pregúntate:
- ¿Dónde nacen todos ellos (propósito, bienestar, salud, causa…)?
- ¿Cómo y dónde puedo encontrarlos? ¿Mirando al exterior o al interior?
- ¿De qué depende que los encuentre? ¿Cómo daré con ellos?
Déjame que te guie a través de las preguntas un poco más… Y lo primero, una nueva pregunta: ¿apuestas por ti?
¿Te atreves a apostar por ti?
Con el tipo de preguntas que hemos visto, y enfocad@s a encontrar nuestro propósito y bienestar, empezamos por fin a reconocer que no están fuera, no. Y sí empiezo a ver que hay que estar dispuest@ a abrir y escuchar el corazón.
Descubrir que hemos venido a ser felices implica que hay que revisar las reglas desde las que se vive y actúa. Porque un@ no puede hablar de propósito ni conocer cuál es su propia misión si antes no conoce y reconoce los límites desde los que opera, hace y mira a lo que hace.
Descubrir que hemos venido a ser felices implica que hay que revisar las reglas desde las que se vive y actúa
Y éste es un buceo desconocido y un camino exigente como humano al que no todos quieren apostar. Porque ir a conocer aquello que somos y de lo que estamos hechos, requiere de nuestra voluntad, perseverancia y compromiso a avanzar, aunque me tope con sorpresas inesperadas y con nuestra vulnerabilidad. No es un camino que se hace para aprender técnicas nuevas, aunque sé por experiencia que vas a aprender muchas también.
¿Y para qué tendrías que apostar por ti? Para renovar tu juego, porque quieres jugar en otra liga. La del corazón, en la que te metes tambaleante, midiendo lo que haces porque no controlas. Y apuestas por ti sobre todo porque quieres madurar, EL requisito para ser REALMENTE FELIZ. Por eso ahí sigues, día a día comprometido a aprender y despejar lo falso de lo que es verdad. Porque ya no te conformas con sucedáneos de autenticidad.
Apuesta por ti para jugar en otra liga: la del corazón
¿Y sabes qué? Es posible transformar tu vida. Porque mira bien y dime qué ves cuando miras al principio de todo. ¿Te das cuenta de que antes de nacer, ya sabias nadar, ya eras feliz? Aunque no iremos tan lejos, te digo que tú ya traes de serie, de nacimiento, una inmensa potencia de competencias. Por eso las reconocerás cuando empieces a entrenar.
¿Vamos a nadar? ¡Acompáñame a la Escuela!